Algunas ideas sobre la relación entre el arte y la ciencia.

Este artículo lo escribí para un librito que editó el Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya, llamado «En Cos y Ànima: una dècada d´art emergent».

La ciencia y el arte son formas complementarias de explorar el mundo. Los artistas hacen diferentes tipos de descubrimientos sobre la naturaleza que los científicos. (F. Oppenheimer).

La ciencia y el arte se han convertido en disciplinas completamente separadas en la cultura moderna, e incluso antagónicas en muchos sentidos. Las sociedades de nuestros días, con demasiada frecuencia inclinadas a establecer estructuraciones rígidas y todo tipo de reglamentaciones, han fomentado unos sistemas de conocimiento y educación que segmentan el saber en porciones discretas, porciones que tienen más que ver con las necesidades pragmáticas de las administraciones que con la verdadera naturaleza del saber. Recuerda esto un poco al mapa político de África, cuyas fronteras casi rectangulares nunca dejan de sorprender a quien cree que la diferenciación entre países, ya que ha de existir, debería tener más que ver con ciertos argumentos culturales o sociales que con los tiralíneas de los estadistas.

Esta separación conceptual entre arte/ciencia es relativamente reciente. Se consolida en el siglo XVII, cuando la ciencia se diferencia como tal de las otras disciplinas. El Arte, concebido como “bellas artes”, se diferencia a su vez del trabajo “artesano” en el siglo XVIII: Batteux publica Les beaux arts reduits à un même principe en 1746, y Baumgarten acuña el término Estética en 1735. No obstante, no hay nada en la naturaleza propia de la ciencia o del arte que parezca aconsejar el tratarlos como realidades drásticamente diferenciadas.

En realidad esta especie de confrontación entre la actividad científica y la artística no es la única que está en uso. Hay que reseñar otra similar, concomitante y también muy interesante, que es justamente la que existe entre “ciencias” y “letras”. Esta separación (en realidad estrictamente curricular) choca frontalmente con el admirado espíritu del Renacimiento. Es habitual oír una jocosa explicación en este sentido cuando alguien se confiesa poco hábil con los ordenadores, con el cálculo mental básico o sencillamente configurando el teléfono móvil: “es que soy de letras”. Análogamente, alguien poco ducho en escribir una carta de amor o reconocer el estilo arquitectónico de una catedral, es probable que alegue más o menos en broma que “es de ciencias”.

Round rainbow (Olafur Eliasson, 2005)
«Round rainbow»: el artista danés Olafur Eliasson utiliza un prisma anular para proyectar un bello arco iris que va girando lentamente. La gran calidad óptica del fenómeno físico de la descomposición cromática de la luz blanca, resultan singulares en esta obra. Foto: www.olafureliasson.net

En este orden de cosas, cabe destacar que muchas personas reconocen abiertamente (e incluso con cierto desinterés) que no tienen la más remota idea de porqué vuela un avión, aunque no es tan habitual ver una actitud similar cuando se trata de ubicar cinco países en un mapa mudo de América del Sur, o cuando hay que recordar la fecha de la Revolución Francesa. Parece como si el no-conocimiento de las ciencias fuera algo más excusable que el de la geografía, la historia o el de otras disciplinas de alguna manera consideradas más “cultas”. Esto tiene mucho que ver con la posible idea infusa de que la ciencia es un campo remoto y exclusivo de los científicos, un campo complejo, abstracto, sesudo, farragoso y que no tiene verdadera relación con otros saberes en apariencia más directamente relacionados con el ser humano y la sociedad, o generalmente admitidos como “cultos”. Incluso a menudo se emplea el curioso término de “humanidades”, concepto que incluye prácticamente todas las disciplinas menos la ciencia, y que sugiere de algún modo que la ciencia no es “algo de la humanidad”. Esta tendencia a separar cosas no parece que vaya a irse reduciendo, sino que más bien tiene trazas de tornarse más acusada en el futuro. Análogamente, en la actualidad, el área de trabajo de los propios investigadores profesionales se ha ido reduciendo y parcelando, hasta el punto de que los científicos realizan en ocasiones trabajos tan especializados que pueden perder prácticamente toda relación con otras ciencias, o con la ciencia en sentido general (ya no digamos con el arte…).

lighning field
Lightning field (Walter de Maria, 1977). Esta es una de las instalaciones más importantes del llamado “land art”. Se trata de un conjunto de cuatrocientos pararrayos situado en una amplia zona del desierto de Nuevo México. Cuando las condiciones atmosféricas son las adecuadas, se puede disfrutar de un gran espectáculo de caída de relámpagos. Viendo esta obra resulta difícil imaginar un laboratorio de meteorología mejor. Foto: www.C4gallery.com

Como contrapunto a estos divorcios culturales, existen también emparejamientos. Por ejemplo, es indudable la existencia de una excesiva tendencia general a identificar la mayoría de las ciencias con la matemática (sin olvidar que ésta también es una ciencia). Efectivamente podríamos decir que la matemática es el “lenguaje de la ciencia” y sin duda eso es muy importante, pero en cualquier caso la matemática que se usa para su desarrollo no es la ciencia propiamente dicha; el medio no es el fin. Esta idea de que el aspirante a científico ha de tener importantes habilidades matemáticas está fuertemente arraigada en los sistemas educativos. Seguro que es cierto, pero quizá no hasta el punto de poder llegar a disuadir de la dedicación a las ciencias a muchos estudiantes no especialmente hábiles en matemáticas, cuando probablemente encerraban buenas capacidades para hacer ciencia. El formalismo matemático de la mecánica cuántica, por ejemplo, puede alejar para siempre a muchos estudiantes del misterio que supone el comportamiento cuántico. En este caso, el choque de lo intuitivo con el mundo cuántico es demasiado profundo, demasiado misterioso, como para “liquidarlo” limitándose a calcular observables.

Las ordenanzas que Alfonso X promulgó en Toledo el 8 de Mayo de 1254 pueden considerarse la Carta Magna de una de las universidades más antiguas de España, la de Salamanca. Por este documento se conocen las cátedras que había entonces: Leyes, Cánones, Física (Medicina y Ciencias Naturales), Lógica, Gramática y Música. Esta diferenciación entre áreas de saber, a pesar de sus lógicas limitaciones, era amplia y transversal e incluía la música como una disciplina erudita y próxima a una ciencia más.

condesationcube
Condensation Cube (Hans Haacke, 1963). Un cubo de plástico transparente completamente cerrado contiene una pequeña cantidad de agua. El agua se evapora, se condensa en las paredes y vuelve a caer. Además de una pieza clásica del arte contemporáneo, esta obra es una excelente demostración del ciclo del agua en la naturaleza. Foto: Creative Commons from Wikipedia.

Probablemente una de las causas más aparentes de la separación curricular entre arte y ciencia es que la práctica de la ciencia se apareja a una connotación fuertemente pragmática: la de la obtención de unos resultados “útiles”. Este aspecto pragmático de la ciencia se ha sublimado recientemente, hasta el punto de que la visión de la ciencia que presenta buena parte del periodismo científico es drásticamente pragmática, asumiendo de hecho que la ciencia tiene como tarea última la realización de lo posible sin más consideraciones. Efectivamente una de las características más reseñables de la experiencia estética es que es contrapuesta por naturaleza a la “actitud práctica”. Las teorías aislacionistas estéticas afirman, incluso, que para apreciar una obra de arte es preciso no tener conocimientos externos de esa obra y es mejor estar desprovisto de conocimientos mundanos. En este mismo sentido, Kant advirtió que el goce de la belleza era distinto de otros tipos de placer y pensaba que nuestra respuesta frente la belleza debe ser desinteresada, independiente de su propósito. No obstante, este presunto pragmatismo de la ciencia tiene sus matices, que se manifiestan en las características del trabajo del científico.

Protrude
Protude (Sachiko Kodama, 2001). La artista japonesa obtiene fantásticas formas líquidas combinando imanes con ferrofluidos (líquidos con propiedades magnéticas). Estas obras basan su belleza en la naturaleza intrínseca de las estructuras de los campos magnéticos. Foto:http://www.kodama.hc.uec.ac.jp

Parece evidente que ciertas ciencias, por su naturaleza, dejan más espacio para una eventual re-interpretación estética, incluso cabría pensar que en realidad es ideal que así sea. Así, puede considerarse que un prestigioso astrónomo, por ejemplo, sea también un enamorado de la luz de las estrellas, y que disfrute profundamente del espectáculo de un cielo nocturno. O que un brillante ictiólogo, viva a su vez completamente embelesado por los reflejos plateados de los peces que estudia sesudamente en los fondos marinos.

No obstante, hay científicos de otras disciplinas más “áridas” que hablan a las claras de belleza: Si no fuera por la armonía, la contemplación de la cual es tan placentera, no valdría la pena trabajar con la ciencia. El matemático no estudia las matemáticas porque sean útiles: las estudia porque se deleita, y se deleita por toda la belleza que contienen. Son palabras de H. Poincaré, uno de los más prestigiosos matemáticos.
El propio Albert Einstein solía guiarse por la belleza de sus ecuaciones como forma de ponderar su fiabilidad. Es conocida la seria respuesta que dio cuando le comunicaron que una expedición científica había aprovechado un eclipse solar en Brasil para comprobar la desviación de la luz de una estrella lejana debido al campo gravitatorio del sol, ensayo que confirmaba su teoría general de la relatividad: no podía ser de otro modo, pues la ecuación era demasiado bella, respondió convencido.
Más recientemente: Entré en la jungla del sistema nervioso ¡y quedé tan fascinada por su belleza que decidí dedicarle todo mi tiempo, mi vida!, dijo en una entrevista a “La Vanguardia” (22-9-2005) la neuróloga premio Nobel italiana Rita Levi-Montalcini.

golgi
Dibujo realizado en 1873 por el célebre histólogo italiano Camillo Golgi, sobre la base de la preparación microscópica del bulbo olfativo de un perro, aplicando una técnica especial de tinción de su invención. Dibujo: Camillo Golgi (Hospital for the Chronically Sick, Abbiategrasso, Itàlia).

En cualquier caso, esas manifestaciones estéticas de la ciencia no se revelan tanto en el trabajo de los científicos modernos, cuyo estilo comunicacional no suele dejar entrever una satisfacción emocional o estética aparejada a su quehacer, sino que más a menudo revela una aproximación aséptica, y por ello, según parece, más “científica”. En general, el trabajo científico de hoy está imbuido de un espíritu positivista que no suele dejar espacio para un criterio estético, que no se menciona pero que según parece existe, y que además con frecuencia se ha manifestado por parte del científico como clave para estimular su vocación, inspiración y dedicación.

Parece imposible hablar de cultura y conocimiento en el sentido más amplio y sin segmentaciones, sin sacar a colación a Leonardo da Vinci. El genio del Renacimiento es un claro ejemplo de la concepción abierta y amplia del saber. En el sentido que nos ocupa, son especialmente atractivos sus trabajos para diseñar máquinas voladoras, interés que siempre mantuvo a lo largo de su vida, pero que tocó intensamente entre 1503 y 1508, justamente durante unos años en los que también realizó una inmensa producción artística. Leonardo partió de la idea de que la solución al reto de volar debía proceder de los pájaros, de modo que efectuó exhaustivos estudios sobre el vuelo de las aves. Se trataba de un trabajo técnico pero de gran valor artístico ya que revela la extraordinaria rapidez de su visión y su gran sensibilidad de percepción. Describió y dibujó movimientos y detalles del vuelo de los pájaros que no se volverían a ver hasta el descubrimiento del uso de la cámara lenta en cinematografía. Pero para el caso que nos ocupa, quizá lo más interesante de estos trabajos de Leonardo para llegar a realizar una máquina voladora, fue su última intención con ello. Como hacía con todo detalle en otros proyectos (caso de las diferentes máquinas de guerra que preconfiguró), Leonardo no adujo tantos motivos prácticos para su interés por volar, sino que su deseo de remontarse por los aires parecía ser más bien de origen emocional; una especie de anhelo espiritual. Este sería un claro ejemplo de aplicar métodos científicos para conseguir propósitos estéticos, mezclando ambas disciplinas.

Códex vuelo de los pájaros-
Códex vuelo de los pájaros (Leonardo da Vinci, 1505). Leonardo estudió el vuelo de los pájaros realizando excelentes dibujos que demuestran su gran capacidad de observación, y que no volverían a verse hasta el desarrollo de la fotografía de gran velocidad. Aunque su trabajo para desvelar las claves de volar fue científico, su interés en en esta finalidad trascendía al de resolver un aspecto puramente pragmático y tenía más que ver con un anhelo espiritual. Foto: Wikimedia Commons.

El método científico y el proceso artístico coinciden en muchos aspectos. El método científico que hoy manejamos se formó hacia el siglo XVII fundiendo el método argumentativo de los griegos con el empirismo y contrastación de la realidad que añadieron los investigadores del Renacimiento. Consiste en un proceso circular de una serie de fases. Primero, el científico observa la realidad que le rodea y, seleccionando ciertos datos concretos de la misma (inducción), elabora una hipótesis, es decir, un nuevo concepto sobre la realidad que podría ser cierto y explicar un aspecto de la misma. A partir de aquí, es preciso pasar a experimentar, interpelar de nuevo a la realidad, para demostrar o refutar esa hipótesis. Si se da el primer caso, puede elevarse la hipótesis a teoría científica.

En el proceso artístico, el artista es, al igual que el científico, un cuidadoso observador de la realidad. Del mismo modo que en el caso anterior, el artista induce de la realidad una serie de aspectos interesantes en los que quiere profundizar. Estas experiencias que el artista ha seleccionado, intensificando detalles concretos de la realidad, las convierte entonces en formas. Estas formas, ya sean palabras, colores, sonidos, volúmenes, etc… son combinadas de acuerdo con las reglas de su arte (ya sea inspiración original o un estilo convencional concreto) para obtener la obra acabada. Ahora es preciso que esta obra sea comunicada al espectador para que produzca la experiencia estética buscada. El espectador percibe la obra, la interioriza y experimenta emociones similares (o quizá también otras) a las del autor. Estas nuevas visiones de la experiencia serán ahora contrastadas nuevamente con la realidad por parte del espectador, cuestionandola en el nuevo estado desvelado por la obra de arte. Según esta idea, una buena canción de amor (una buena obra de arte) debe inspirar en el oyente sentimientos similares a los que inspiraron la canción en el músico. Y también algo más. Al volver a tener contacto el oyente con el sentimiento de amar durante la vivencia de su propia realidad, el hecho de haber escuchado esa canción habrá añadido nuevas perspectivas y matices a esa experiencia.

Evidentemente la actividad científica y la artística guardan diferencias. Probablemente la principal radica en el trabajo de comprobación de la hipótesis, que en ciencia es un proceso experimental extremadamente riguroso que precede necesariamente a la teoría. El arte no es tan estricto en ese sentido, ya que la naturaleza de la experiencia estética es diversa (aunque profundizar en este punto podría abrir un inmenso debate sobre lo que es y lo que no es arte…).

Pero también guardan grandes similitudes y una gran complementariedad. Ambos, artista y científico, se relacionan intensamente con la realidad y la interpelan, llevados sobre todo por la curiosidad y también por el disfrute, verdaderos motores del instinto lúdico y creativo. Artista y científico darán lugar a “algo nuevo”, algo que pasará a formar parte de la misma realidad a la que observaron. En el caso del científico, ese elemento busca ser un nuevo componente de la realidad que encaje en ella y armonice con ella (la teoría; o también el “invento”). En el caso del artista el elemento nuevo producirá una emoción en sus espectadores (la experiencia estética), espectadores que también son partícipes de la realidad que inspiró al autor. Estos dos propósitos, científico o artístico, comúnmente se entrecruzan o aparecen juntos o intercambiados, potenciando una idea de similitud fundamental entre estas dos disciplinas.

Bibliografía:

  • Varios autores, Máquinas y almas. Arte digital y nuevos medios. Madrid, 2008. Catálogo de la exposición del mismo nombre editado por MNCARS
  • Jiménez, Alberto, Historia de la Universidad española. Madrid, 1971. Ed. Alianza Editorial.
  • Varios autores, Paisajes neuronales, Barcelona, 2006. Catálogo de la exposición del mismo nombre editado por Fundación “la Caixa”.
  • Clark, K, Leonardo da Vinci. Madrid, 2006. Ed. Alianza Editorial.
  • Racionero, Luis. La sonrisa de la Gioconda
  • Racionero, Luis, Arte y ciencia. La dialéctica de la creatividad. Barcelona, 1987. Ed Laia.
  • Hospers, J & Beardsley, MC, Estética: historia y fundamentos. Madrid, 1988, Ed. Cátedra.
  • Wagensberg, J. El gozo intelectual, Barcelona, 2007. Ed. Tusquets.
  • Quintas, A.L, La experiencia estética y su poder formativo. Madrid, 2004. Universidad de Deusto.
  • Romo, M, Psicología de la Creatividad, Barcelona, 1997. Ed. Paidós.

Agradecimientos:

Ignasi López, Javier Peteiro, Antonio de la Torre y Mariano Barbero.

Ir arriba