En esta entrada me gustaría comentar algunos aspectos de la interesante entrevista a Pere Viladot que ha publicado hace poco El Diario de la Educación :
Cuantitativismo: creo que Pere pone el dedo en la llaga acerca de un aspecto fundamental:
Pueden construirse museos de ciencia –o de cualquier otro tipo- por muchos motivos. Algunos museos son empresas privadas que dan buenos rendimientos económicos. Otros museos son sobre todo productos turísticos que contribuyen a la promoción de un determinado territorio o ciudad. Es lógico que este tipo de museos empleen indicadores cuantitativos, pues lo que les importa realmente –y muy legítimamente, dicho sea de paso- es el dinero obtenido en el primer caso, y la cantidad de gente que entra al museo en el segundo.
Pero cuando los museos dependen de la administración (que indudablemente parte de un interés público) o de fundaciones privadas (que reciben prebendas fiscales por hacer acción social) el escenario debería ser distinto. Nos encontramos en este caso necesidades de gestión mucho más próximas a las del tercer sector que a las del sector privado. En este caso se supone que se debe aspirar a obtener ciertas transformaciones concretas en la ciudadanía, ya sea en su interés por la ciencia, en su disposición hacia la misma o incluso en sus capacidades científicas (intenciones que en el caso de los museos se habrán de conseguir usando los recursos del lenguaje museográfico que les es propio). Por eso será preciso usar otros indicadores de corte cualitativo, pues los habituales indicadores cuantitativos que sirven para otro tipo de museos, tienen una aplicación muy limitada en aquellos museos que pretendan jugar un papel relevante en la formación de los ciudadanos.
Por otra parte es cierto que el cuantitativismo imperante no es solo cosa de museos: el número de me gusta, el número de followers o la obsesión por los rendimientos crematísticos que debe estar asociada a cualquier proyecto hoy en día, lo invade todo en la actualidad, anteponiendo siempre el cuánto al qué o al cómo. El cuantitativismo ha llegado incluso a proyectos puramente públicos, que –incomprensiblemente- a menudo usan para su evaluación indicadores cuantitativos propios del sector privado.
Satisfacción del visitante: este es otro indicador profusamente usado por museos. En un determinado museo de ciencia manifestamos que aspiramos a crear vocaciones científicas –por ejemplo-, pero luego usamos como indicador de impacto lo contentos o decepcionados que terminan los visitantes su visita. Parece cuando menos complicado relacionar claramente la satisfacción expresada en la visita por una persona, con las posibilidades de que esa persona siga estudios de ciencias. La satisfacción del visitante es otro indicador que funciona perfectamente para un enfoque cuantitativista de un establecimiento abierto al público y en él subyace la intención típica del sector privado de contentar a los visitantes como medio para conseguir más visitantes.
En suma: un museo que pretenda transformaciones relevantes deberá describir indicadores cualitativos que le permitan algo más que sólo saber cuánto atrae o cuánto gusta.
Tangibilidad: Pere habla del activo rey de los museos; su activo endémico: la tangibilidad y autenticidad de la experiencia que ofrecen. A los museos se acude sobre todo para vivir una experiencia tangible que no puede conseguirse por medio de otros lenguajes, algo que supondrá una experiencia intelectual singular de bases profundamente estéticas y emocionales, que desarrollaremos plenamente en el marco de la experiencia social compartida que se vive durante la visita. Los museos más relevantes del mundo abrazan este tipo de apasionantes activos sin complejos, los desarrollan y les dedican todos sus esfuerzos, eludiendo cantos de sirenas o modismos de turno.
Relaciones con la escuela: Pere apunta un interesante tema. Algunos museos esgrimen que con ciertos de sus servicios pretenden dar soporte a la escuela, en particular para paliar aquellas carencias escolares en ciencias experimentales (no vamos a entrar aquí en el drama de los laboratorios escolares, que en su día se vieron injustamente sustituidos por las salas de informática, que se impusieron rápidamente con sus excitantes Commodores 64. El tiempo ha dado la razón a los activos de un buen laboratorio escolar y, hoy en día y paradójicamente, se demandan científicos con habilidades experimentales).
Aun admitiendo que el museo de ciencia deba asumir como parte de su misión compensar las carencias del sistema escolar (algo que opino que sería muy discutible), ¿basta con una visita anual para conseguir ese fin?
Sobre-externalización: la externalización de servicios se ha sublimado fuera de muchos límites en los museos de ciencia. La comodidad en diversos aspectos que para el museo contratante supone el outsourcing, unida al hecho de que muchas empresas de subcontratación –que en realidad suelen funcionar como ETT´s- se hayan movido con extrema avidez una vez dentro del museo para ofrecer todo tipo de servicios a sus clientes (independientemente de su capacidad para darlos), ha precarizado profundamente los recursos humanos en el sector museístico. Y en el departamento educativo de los museos es donde seguramente más se notan estas graves carencias. Seguramente uno de los retos de futuro de la sostenibilidad de los museos será repensar qué servicios en un museo son nucleares y qué servicios son verdaderamente susceptibles de ser externalizables.
Museos de arte y museos de ciencia: Pere compara su visita al Thyssen con sus nietas con la misma experiencia en un museo de ciencia. Los públicos son diferentes, es verdad, y sólo en el segundo caso el público es familiar. Desde mi punto de vista esto puede tener que ver (entre otros motivos) con el hecho de que los museos de ciencia aplicaron una serie de trabajos de investigación museográfica durante el siglo XX que dieron lugar a productos eficaces para dirigirse a amplios estratos de la población (por ejemplo la museología interactiva). Sería el caso de los grandes esfuerzos museográficos en este sentido de Jean Perrin al frente del Palais de la Decouverte en los años 30, o de Frank Oppenheimmer en el Exploratorium cuarenta años más tarde. En el contexto de los museos de arte clásico/pinacotecas, es probable que estas tareas de investigación museística estén aún pendientes por el momento.
El hecho de que los museos de ciencia interactivos (según el paradigma clásico del siglo XX) sean tan a menudo identificados popularmente con lugares-para-niños es uno de los grandes dramas de este tipo de museos. Pero de este encorsetamiento de las capacidades del museo interactivo no puede responsabilizarse a la interactividad como recurso museográfico, sino a una de sus más frecuentes malas prácticas. Seguramente el recurso principal de la interactividad museográfica es utilizar ciertos estímulos de base estética -o incluso lúdica- como pasarela a la creación de conocimiento en un entorno compartido. En algunos museos de ciencia se han podido confundido medios con fines -probablemente buscando un éxito fácil de público- de modo que al final se ofrece como un fin lo que debería ser un medio, convirtiéndose de este modo el museo de ciencia en un establecimiento más de entertainment que los padres reconocen como tal.
Y ya hablando de investigación: coincido plenamente con Pere en que la investigación museográfica (algo que Pere menciona al final de su entrevista) es un factor fundamental para el desarrollo del lenguaje museográfico (y para el desarrollo de cualquier otro lenguaje). Ójala se dedicaran más recursos a investigar sobre el lenguaje museográfico, pues si algo es denominador común de los museos más importantes del mundo es precisamente que hacen mucha y buena investigación museográfica.