Ayer, 2 de Mayo de 2019, Marta Soler y yo fuimos invitados por CosmoCaixa a dar una conferencia sobre museos en el contexto de la nueva exposición Espejos, dentro y fuera de la realidad, realizada con el Museo de las Matemáticas de Catalunya (Mmaca) y con el Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO). Sonia Garcinuño (por CosmoCaixa) y Guido Ramellini (por el Mmaca) han sido los artífices de este ciclo de conferencias que no tiene desperdicio.
Antes de nada me gustaría felicitar a CosmoCaixa y al Mmaca por esta iniciativa. En unos tiempos en que todo se mide por indicadores cuantitativos, es fundamental también saber dar espacios a lo cualitativo. Y este tipo de entidades, por prestigio y capacidad, pueden hacerlo. Ya se sabe que siempre que hablemos de la profesión de los museos de ciencia no podemos esperar llenar estadios, pues se trata de un colectivo complejo y de volumen limitado. Pero eso no significa que no precisemos de foros: quizá incluso sean más necesarios en este caso, dadas las dificultades que conoce este gremio para disponer regularmente de espacios de diálogo, de debate y de intercambio profesional. Todas las oportunidades cuentan. Y lo dicho creo que vale para muchas otras disciplinas, importantes aunque no hayan sido tocadas con la varita mágica de lo multitudinario.
Previamente se ofreció una visita a la clásica exposición Y después fue… ¡La forma!, cuyos módulos desarrollados para la Sala de la Materia de CosmoCaixa en 2004 —que ya no existe— se hayan ubicados ahora en el hall del museo, donde están haciendo muy buen papel.
Jordi Portabella, director del Área de Investigación y Conocimiento de la Fundación Bancaria la Caixa y responsable de CosmoCaixa, presentó el acto dado que esta conferencia era la primera del ciclo. Durante su interesante intervención compartió diversas reflexiones globales sobre las estrategias de divulgación científica de CosmoCaixa, e incluso desveló algunos detalles muy excitantes de la gran reforma en que CosmoCaixa está enfrascado actualmente y que en breve se inaugurará. La antigua Sala de la Materia se llamará Sala del Universo. También el museo dispondrá de un laboratorio de matemáticas permanente.
Y como digo yo no estaba solo. Me acompañaba como moderadora Marta Soler, de La Escuela del Agua, una persona muy experta en educación museística y que estimo y admiro mucho; para mí fue estupendo que pudiéramos hacer esta conferencia conjuntamente y espero que esto sólo sea el principio de compartir muchas más cosas juntos. Nos lo preparamos bien, pues habíamos quedado un mes antes para planificar conjuntamente esta conferencia.
Nuestra idea era hacer primero una presentación yo, para luego dar paso a una charla con Marta, y terminar pidiendo la incorporación del público a la conversación. Lo cierto es que el tiempo nos traicionó un poco —como suele pasar en estos casos por mucho que uno se discipline— y al final quedaron algunas preguntas en el tintero que me habría gustado desarrollar con Marta.
Mi ponencia tuvo dos ejes principales: por una parte hablé de la importancia del I+D+i en todos los órdenes de cualquier proyecto relevante, también en el caso de los museos de ciencia. A veces se olvida que lo que denominamos museología interactiva y que prosperó durante el siglo XX, en realidad fue en gran medida el producto de las labores de investigación del Exploratorium de S. Francisco, las cuales que fueron ampliamente adoptadas por museos de ciencia posteriores. Por otra parte hablé paralelamente de la exposición Y después fue… ¡La forma! y de la exposición Espejos, dentro y fuera de la realidad, intentando trazar un paralelismo entre dos exposiciones que distan 20 años pero que tienen en común muchos aspectos relacionados con la investigación museística y el lenguaje museográfico. El título propuesto para la conferencia (el museo se mira al espejo) me parecía una perfecta metáfora para hablar de cómo el museo —basado en recursos tangibles— podía trabajar por conceptos abstractos, como pasa en el caso de las matemáticas (aunque ello parezca incompatible).
Pero para hacer investigación en el museo son precisos algunos requisitos. Para empezar es preciso un equipo y una «cocina» propia. El I+D+i es algo que no se puede externalizar, pues hacerlo vacía la organización de conocimiento (de hecho prácticamente ninguna organización lo hace). También es necesario disponer de tiempo y calma, algo tan complicado en unos tiempos en los que lo que prima es el llamado sentido expeditivo antes que la búsqueda de la excelencia. Por otra parte es indispensable que exista un sentido transformador más que adaptativo: el museo no debería estar tanto a lo que su público quiera o pida, sino a lo que su público necesita, al menos si aspira a lograr un liderazgo robusto en su comunidad. También es preciso pretender influir de forma global en el sector, algo que para los museos de ciencia esto es relativamente sencillo, pues un buen módulo puede ser adoptado por muchos museos. De este modo, la mayoría de las personas puede que no vayan a poder visitar un museo de ciencia de Chicago, pero sí podrán beneficiarse de los productos de la investigación museística de este museo de Chicago que hayan sido adoptados por museos locales. Para finalizar: hacer investigación en el museo precisa obviamente centrarse en los activos que son propios del lenguaje museográfico (el objeto y el fenómeno tangible) y, como pasa en casi todos procesos de investigación, partir de la idea de que la investigación cunde poco y normalmente producirá un aparentemente reducido rendimiento.
En fin: investigando es como el museo pasará del producto que fue, al servicio que pretende ser para la sociedad contemporánea; del fin en sí mismo que fue, al medio de comunicación que es en nuestros días.
Seguí explicando los recursos propios del lenguaje museográfico basados en el objeto y el fenómeno tangibles, que recientemente he publicado en mi libro de El museo de ciencia transformador: la pieza, el modelo, la experiencia y la metáfora.
Compartí entonces algunas experiencia y anécdotas de mi intervención en Y después fue… ¡La forma!. Participé en esta producción en 1999, siendo un casi recién llegado a esta profesión. Jorge Wagensberg desarrollaba entonces las exposiciones en el contexto de largos procesos que incorporaban equipos internos y externos. Yo entonces era muy joven y hacía unas modestas labores de secretariado y de soporte técnico en las reuniones para esta exposición. Para mí fue la mejor escuela que alguien podía imaginar. Aprendí muy pronto cómo una gran exposición de ciencia lleva detrás tiempo, pasión, entrega y una determinada intención investigadora.
Y después fue… ¡La forma! responde también a la pregunta sobre cómo traducir lo abstracto a lo tangible, este último recurso propio y en muchos sentidos endémico del lenguaje museográfico. Y es una respuesta que aparentemente parece sencilla: empleando las manifestaciones tangibles del objeto y del fenómeno en la representación de conceptos matemáticos, identificando con esfuerzo estas manifestaciones una a una. En esta exposición Jorge supo combinar sistemáticamente la capacidad comunicativa de las piezas (baldosas hexagonales de Paseo de Gracia) con la expresividad de los fenómenos, tal y como el alucinante fractal plano de la célula de Hele-Shawn. Esperemos que algún día alguien se plantee hacer alguna de las 20 exposiciones que Jorge dejó planteadas combinando las propiedades de un objeto (composición, estructura, forma, tamaño, color, función y necesidad), y de las que para esta exposición sólo se desarrolló forma/función.
Del mismo modo, la exposición Espejos, dentro y fuera de la realidad, procede de todo el conocimiento acumulado por al Mmaca durante muchos años, algo que seguro que ha sido clave en la relevancia que este museo ha conseguido. En este caso expliqué que el espejo actúa como un perfecto nexo entre lo abstracto y lo tangible, de modo que se convierte en un puente de paso conceptual y mental de una forma fascinante. En unos celebrados módulos del Mmaca, es posible construir figuras completas en unos prismas con espejos, a base de piezas básicas que los espejos multiplican creando mágicamente estas formas: estas piezas son elementos tangibles que, en contacto con los espejos convenientemente dispuestos, generan formas complejas de gran nivel de abstracción.
Durante la conversación con Marta profundizamos en la importancia de que los museos no se contenten con dar su servicio propio, sino que lo aparejen con la investigación que permita desarrollar los recursos de ese servicio. También surgió el concepto del museo transformador, que ella conoce bien porque fue una de las personas que concibió es concepto cuando participaba en el GMTEC, un fecundo grupo de investigación museística que se desarrolló en el Museo Agbar hace unos años. Mi posición es clara: el lenguaje museográfico (como cualquier otro lenguaje) puede emplearse para infinidad de propósitos; desde hacer dinero a ofrecer entertainment (todos ellos muy legítimos), pero sólo en el museo transformador se pone a disposición de cambiar cosas en la cultura científica de una comunidad.
Las intervenciones del público fueron de lo más interesante. Menciono sólo algunas:
¿Podría tener relación la investigación en los museos con cosas como la realidad aumentada? No estoy en contra de las nuevas tecnologías audiovisuales y creo que tienen un papel en la exposición, pero es preciso tener en cuenta que son avances que pertenecen a otros lenguajes, no al lenguaje museográfico. Pueden servir como medios excelentemente auxiliares en el contexto de la exposición, pero el lenguaje museográfico tiene sus «tecnologías» propias.
Lo dicho sobre la investigación museística en el museo de ciencia, ¿serviría para los museos de arte u otro tipo de museos? No me atrevo a afirmarlo rotundamente porque a lo que me dedico es a los museos de ciencia, pero creo firmemente que sí: los museos de arte tienen ante sí un enorme camino a hacer para devenir de fines en sí mismos a medios de comunicación; un camino que los museos de ciencia ya han empezado a recorrer. Pienso que es fascinante imaginar hasta dónde podrían llegar los museos de arte si emprendieran sistemáticamente actividades de investigación museística.
¿Qué papel tiene el texto escrito en las exposiciones? El propio de un excelente y necesario recurso auxiliar, aunque limitado a ello. En realidad esto no es nada exclusivo del lenguaje museográfico, pues el lenguaje cinematográfico también emplea el texto como recurso auxiliar (recordemos los célebres intros escritos sobre el espacio de todas las entregas de Star Wars). No obstante sería absurdo que esos textos se dilataran durante mucho más de unos instantes en cada entrega de Star Wars, antes de que los recursos autóctonos de la película (producto propio del lenguaje museográfico) entren en acción comunicativa.