Este es un artículo muy especial , pues es el primero que hemos firmado los cinco fundadores de El Museo Transformador, con lo que supone nuestro «estreno no oficial». Es un artículo hecho al hilo de la apuesta bastante generilazada de los museos por las visitas virtuales, como respuesta a la gran crisis sanitaria del Coronavirus. Lo hemos publicado en castellano en el digital Nodocultura y en catalán en el digital Núvol. Esperamos publicarlo pronto en inglés también. A continuación reproduzco todo el texto en castellano.
Después de la crisis del coronavirus… ¿los museos volverán a abrir?
Solo hace unas horas que uno de nosotros (ES) ha impartido la primera clase “adaptada a las nuevas circunstancias”, es decir la primera clase en línea con los alumnos participando desde casa. Es uno de tantos que, siendo reticentes respecto a esta modalidad instruccional, han tenido que asumir el reto a regañadientes. Siendo unas clases en modo síncrono tampoco ha sido tan duro —lo que realmente se le habría hecho cuesta arriba habría sido grabar las clases para que los alumnos las cursaran de modo asíncrono—. No deja de ser curioso tratándose de alguien que ha sido habitual en platós de televisión e incluso ha presentado su propio programa-concurso infantil. Para entenderlo hay que darse cuenta de que, aunque la grabación de un programa de televisión y la grabación de una clase se parezcan externamente, son dos conceptos muy distintos. En el estudio de televisión se trata de crear un producto audiovisual mientras que grabar una clase implica traducir al lenguaje audiovisual un producto procedente de un contexto totalmente diferente. En aquél, se da por supuesto, como parte integral del medio, que los espectadores disfrutaran del programa sentados en sus sofás, frente a la pantalla, completamente separados en el espacio y el tiempo de lo grabado, mientras en el caso de las clases, esa separación es un elemento ajeno al formato original, un obstáculo que requerirá que la traducción supla de algún modo la ausencia de contacto humano y de interacción social que tan importante es en la educación. No en vano, los mejores programas educativos diseñados para su consumo a través de una pantalla se parecen bien poco a una clase retransmitida o grabada por una cámara.
También los museos, en esta inusual e inesperada situación de aislamiento y distanciamiento social, están optando, viéndose obligados, a ofrecer modalidades de visita virtuales. Ya muchos lo venían haciendo desde antes, pero haber tenido que cerrar sus puertas ha sido el acicate decisivo para que muchos más se hayan decidido a explorar esta posibilidad. Algunas voces han expresado el convencimiento —el temor, más bien— de que el desarrollo de exposiciones en línea o visitas virtuales dé tal salto cualitativo que la calidad de las exposiciones resultantes lleve a que las visitas en persona se perciban como innecesarias y en última instancia reduzcan el número de visitantes una vez que se supere la crisis. Si el futuro es digital, ¿serán los museos sustituidos por completo por colecciones digitales?
Pero como reflexiona Nina Simon, quizá esta avalancha de productos museísticos en línea, sea más el resultado de la necesidad de «hay que hacer algo ya», que de la reflexión sobre lo que está sucediendo y cómo los museos deberán afrontar los nuevos retos que se plantean. No sería nada extraño, pues la acción estratégica es una de las asignaturas pendientes de los museos, generalmente mucho más inclinados a lanzarse a todo lo que signifique acción ejecutiva.
No, los museos no sustituirán las visitas a colecciones reales por colecciones virtuales. La clave radica en entender que el lenguaje museográfico es un lenguaje autónomo e independiente de otros modos de comunicación como el audiovisual, y que cuenta con una serie de activos y recursos que no se encuentran en esos otros lenguajes. Tal como se describe en El Museo de Ciencia Trasformador, entre esos activos y recursos propios están el hecho de que el visitante comparte el mismo espacio que la exposición y que la interacción social y las conversaciones entre visitantes forman parte integral de la experiencia museística.
Existe una especie de tendencia generalizada a pensar que las nuevas tecnologías y avances vienen a sustituir lo que hay, aunque en casos muy relevantes no suceda así. En los años 60 del pasado siglo, la irrupción de la fotografía a nivel popular hizo pensar a algunos que la pintura tenía los días contados. En los años 70, en plena proliferación de los aparatos de televisión, hubo quien afirmó que la radio vería su final… Con la eclosión de los potentes ordenadores en los 80, se pensó que juegos como el ajedrez estaban próximos a perder todo sentido (por cierto: se atribuye al ajedrecista ruso Anatoli Kárpov esta brillante frase: «El ajedrez no morirá con los ordenadores por la misma razón que el ciclismo no ha acabado con el atletismo»).
Los museos son espacios singulares. Su forma de comunicar se basa en un lenguaje propio: el lenguaje museográfico. Este lenguaje se caracteriza porque tiene unos recursos endémicos para comunicar los cuales están basados en objetos y fenómenos tangibles, reales. En el museo, los objetos y las experiencias están presentados, no representados, un activo que se vuelve tanto más original e interesante si cabe en estos tiempos de la virtualidad. Como se ha comentado, lo anterior se complementa perfectamente con la experiencia social que es tan propia del museo, en base a las dinámicas que surgen de compartir la visita plenamente con quienes nos acompañan, con la conversación como hilo conductor principal, aunque en el contexto de muchas otras formas de relación interpersonal que pueden incluir acciones compartidas incluso de tipo físico. En suma, en el museo es posible vivir una experiencia intelectual singular y aproximarse al conocimiento de una forma que no es posible hacerlo mediante ningún otro lenguaje. Por eso el museo es hoy un medio de comunicación singular y necesario.
La entrada de las tecnologías audiovisuales digitales en los museos no siempre se ha realizado de forma equilibrada ni respetando la particular naturaleza de la experiencia museística. Y no es preciso pensar ni tan solo en los rabiosamente actuales sistemas infográficos de realidad virtual o aumentada, sino que basta con empezar por las audioguías electrónicas: un dispositivo de uso estrictamente individual que seguramente tiene interesantes aplicaciones en un museo, pero que también puede llegar a anular toda la relación interpersonal y la esencial conversación entre los miembros de un grupo visitante (y que en ocasiones se ha pretendido que acaso podría llegar incluso a sustituir a un educador de museo entusiasta y bien formado). Por descontado que los museos pueden y deben desarrollar nuevas tecnologías, pero ya tienen su propia clase de tecnologías que desarrollar, de modo que no precisan tomarlas de otros lenguajes (típicamente del mundo audiovisual), más que en todo caso de forma muy bien ponderada y siempre como recurso auxiliar y nunca nuclear.
En ocasiones los propios museos se contradicen en este aspecto. Algunos museos y exposiciones han apostado por las TIC por completo, haciendo gala de un conocimiento muy limitado y reduccionista de las características de la experiencia museística y, dicho sea de paso, con frecuencia imbuidos de un cierto sentido naíf. Esto ha sido así hasta el punto de que algunas exposiciones han llegado a parecerse a verdaderos showrooms de Samsung. No entraremos aquí a analizar la cuestionable relevancia social de estas carísimas iniciativas, las cuales ya tuvieron su momento culminante y afortunadamente están siendo poco a poco superadas.
No obstante, otro tipo de museos tales como los acuarios, parecen tener claro que jamás sustituirían sus flamantes y exitosos tanques de peces vivos por videos de tanques de peces vivos —por avanzados tecnológicamente que fueran los videos— En este sentido cabe recordar que en su 11ª Asamblea General —Copenhague, 1974— el ICOM acogió explícitamente en su definición de museo a una serie de establecimientos concretos, entre los que se encontraban los parques zoológicos y los acuarios. Así pues, independientemente de puntos de vista personales, puede considerarse rigurosamente que los zoos y acuarios son un tipo más de establecimiento museístico.
No podemos negar que una visita virtual puede complementar en ciertos aspectos la singular forma de comunicar que tiene un museo, o de llegar a nuevas audiencias, pero jamás pretender sustituirla. Si fuese así podríamos pretender también que los avanzados sistemas audiovisuales que actualmente ofrecen los recursos de Internet en relación con fotos y videos de diferentes lugares del mundo, podrían sustituir a los viajes. Eso no sólo no ha sido así, sino que esos recursos han tenido justamente el efecto de fomentar el interés popular por viajar.
Por supuesto que se puede hablar de museo virtual. También podemos hablar de gastronomía virtual o de sexo virtual. Pero este tipo de enfoques, aun teniendo su interés, no pueden caer en la ingenuidad. Insistimos, podemos intentar buscar un efecto de complementariedad basándonos en los activos propios de la experiencia museística, pero sería absurdo pretender suplir con nuevas tecnologías audiovisuales justo aquellos activos que las nuevas tecnologías audiovisuales no son capaces de ofrecer.
Mientras estamos confinados, ¿qué estamos haciendo para afrontar los retos que nos vienen encima en los museos? ¿Por qué no dedicamos este precioso tiempo al que el SARS-CoV-2 nos obliga para, utilizando el teletrabajo y las videoconferencias, pensar en cómo nos transformaremos para ejercer nuestro poder transformador y asumir el liderazgo cultural que el museo contemporáneo puede y debe ostentar en su comunidad? ¿O por el contrario seguiremos adaptándonos pasivamente a lo que ocurra?