Esta entrada la publiqué en el blog de Principia en Enero de 2017. Esta es una muy prometedora publicación (formada por una revista en papel y un blog) con la que estuve encantado de participar.
Se trataba de un breve texto (el formato lo requería) en el que se reivindicaban otras formas de gestionar un museo, a partir de ideas como las del museo transformador del libro «Somos Educación. Enseñar y aprender en los museos y centros de ciencias. Una propuesta de modelo didáctico».
Reproduzco aquí el mismo texto, y al final añado algunos comentarios que recibí:
Solo en los últimos veinticinco años el número de museos de ciencia en el mundo se ha multiplicado por diez. Esta rápida y excitante progresión trae aparejados importantes retos.
La función y papel social de los museos han hecho correr ríos de tinta, particularmente en los últimos años, durante los que ha habido un amplio debate sobre este particular; un debate que ha dado lugar incluso a una cierta confusión en el sector. El debate sobre la función del museo de ciencia contemporáneo, en realidad tiene la misma base que una eventual discusión acerca de para qué sirve un lenguaje cualquiera: naturalmente todo lenguaje es un medio que servirá a aquellos fines que los que utilizan ese lenguaje determinen o pretendan. El lenguaje museográfico, como el lenguaje cinematográfico o como cualquier otro, puede utilizarse para muy diversas finalidades: del mismo modo que es posible filmar una película taquillera con fines lucrativos o bien filmar una película comprometida con una causa concreta dedicada a contribuir a cambiar ciertos comportamientos sociales.
Es habitual que muchas entidades del sector social presenten dificultades en el desarrollo de su gestión estratégica, a pesar de que gozan de una gestión ejecutiva muy intensiva. Es preciso subrayar que los museos de ciencia actúan de facto como organizaciones no lucrativas de propósito social, y por eso comparten muchas de las características de gestión de las entidades del tercer sector social. En todo caso, con frecuencia muchos museos de ciencia muestran dificultades estratégicas para determinar cuál es su función social, o para concretar un propósito claro (y no solo una buena intención) en el que protagonizar el liderazgo cultural en su sociedad que debe serles propio.
Uno de los motivos por los que puede resultar complicado estudiar la función social de los museos de ciencia es que en ocasiones proclaman una serie de propósitos sociales que, paradójicamente, muchas veces no coinciden con aquello sobre lo que posteriormente trabajan, o aquello que evalúan como indicador de éxito. Así, resulta sorprendente que algunos museos declaren pretender fomentar la opinión científica entre la población (por ejemplo), aunque a la hora de la verdad lo que evalúan principalmente como indicador de éxito sea el número de visitantes que obtienen, pero no los niveles de opinión científica fomentados, como parecería lógico. Resulta realmente complicado evaluar un objetivo cualitativo como es fomentar la opinión científica empleando sobre todo una herramienta cuantitativa como es el conteo de visitantes. En todo caso existe una regla muy efectiva: para saber cuál es el motivo de fondo por el que se hace algo basta con observar qué es lo que se evalúa.
Algunos museos o proyectos expositivos son en la práctica iniciativas lucrativas. Hasta cierto punto esto podría resultar un oxímoron, en el sentido de que la definición del Consejo Internacional de Museos (ICOM) es explícita en este caso identificando el museo con una entidad sin fines de lucro. No obstante, el lenguaje museográfico puede ser un excelente medio —muy legítimo— para obtener pingües beneficios económicos, como lo demuestra el caso concreto de algunas exposiciones itinerantes (comúnmente llamadas blockbusters), dedicadas a una serie de temas por lo general bastante recurrentes y de interés popular asegurado, tales como dinosaurios o el naufragio del Titanic. Naturalmente, en este caso lo que generalmente se valora como indicador principal es la cantidad de visitantes que satisfacen su ticket de entrada, aunque a veces se proclamen ciertos fines sociales y de divulgación. En esta línea podrían entrar también algunos zoos y aquariums creados con un propósito eminentemente lucrativo (insistimos: siempre que atendamos a aquello que valoran principalmente como indicador de éxito) que en realidad emplean plena y exitosamente los recursos propios del lenguaje museográfico. Hay que tener en cuenta que zoos y aquariums pueden ser considerados como museos de pleno derecho, no ya solo porque les acoja explícitamente la definición del ICOM, sino también en el sentido de que exhiben una colección de piezas tangibles de gran singularidad y atractivo. Tan tangibles son esas piezas que están vivas.
Otros estilos de gestión de museos de ciencia se basan en ser un referente del turismo de una localidad en particular. Lo que cuenta aquí (de nuevo siempre a tenor de lo que el museo evalúa como indicador de éxito) por lo general es el número de visitantes, a pesar de que en ocasiones se proclamen otras intenciones relacionadas con la divulgación científica y aunque a la hora de la verdad no se evalúe su consecución. En ocasiones, este tipo de museos corren el riesgo de intentar ambas cosas, pero normalmente es muy complicado compatibilizar una gestión dirigida a conseguir turistas con otra dirigida a conseguir un impacto sobre la alfabetización científica de la población, pues hasta cierto punto ambos propósitos precisan estilos antagónicos de gestión. Uno, el primero, basado en conseguir visitas a corto plazo empleando medios que podríamos tildar de industriales, y otro, el segundo, en pos de repercusiones educativas a largo plazo fundamentadas en una gestión que puede decirse de base artesanal. El resultado puede acabar siendo un museo que no colma ninguno de los propósitos: como producto turístico se pueden encontrar propuestas capaces de atraer más gente, y como proyecto divulgativo tampoco se consiguen transformaciones con sentido trascedente en los turistas.
También puede gestionarse un museo de ciencia como un establecimiento más de ocio o tiempo libre al que se ha aplicado un enfoque cultural. En gran medida lo que se ofrece es un estilo de entertainment con un marcado acento lúdico, tal y como se desprende fácilmente de los mensajes publicitarios de este tipo de centros. En estos museos se aprovechan los activos de intenso atractivo estético que tienen ciertas manifestaciones o fenómenos científicos para proponer, de facto, una alternativa más de ocio, normalmente muy dirigida a los grupos familiares. Se evalúa también y sobre todo el número de visitantes, y la divulgación científica producida suele ser como el valor en la antigua mili, se le supone.
El riesgo de este último estilo de gestión de museos es que puede afectar al concepto y al rol del museo de ciencia en la sociedad del siglo XXI, fomentando la posibilidad de que los ciudadanos asimilen el museo de ciencia a un equipamiento más de tiempo libre, y metiendo de alguna manera al museo de ciencia a jugar en una liga en la que existen grandes establecimientos que son más eficaces que un museo de ciencia si de lo que se trata es de entretener. Así, se corre el riesgo de que el museo de ciencia haga de este modo dejación de su fundamental papel propio y singular en su sociedad, para diluirse en el océano de las industrias del consumo de ocio, donde en absoluto puede competir y donde solo corre el riesgo de acabar apareciendo ante su comunidad como un equipamiento redundante y prescindible.
Transversalmente, muchos museos de ciencia tienen en su relación con la escuela un puntal básico de su gestión, pues de ella obtienen gran parte de sus visitantes. Es evidente que en la actualidad son muchas las necesidades de apoyo de todo tipo que precisa el sistema educativo, pero en todo caso es fundamental que el museo de ciencia se relacione con la escuela siempre en base a complementar su labor, usando para ello los activos del lenguaje que al museo le es propio.
Por un museo de ciencia transformador.
Pero también podría apostarse por un museo de ciencia con una dimensión trascendente y relevante: un espacio singularísimo y de talante profundamente social que emplee plenamente los recursos del lenguaje museográfico para divulgar ciencia en diálogo con otras disciplinas y para mejorar los recursos intelectuales de su comunidad; un museo que pretenda verdaderamente cambiar a las personas que lo visitan y no solo contarlas.
El museo de ciencia transformador no está obsesionado por el número de visitantes, pues su gestión se basa en un proceso artesanal y no industrial que pretende conseguir finalidades que vayan mucho más allá de solo entretener, intentando meter mucho museo en las personas antes que muchas personas en el museo. Este tipo de museo acepta mecanismos de gestión similares a los de otras entidades del tercer sector social y disfruta de la visión amplia y de largo plazo de una dirección estratégica consolidada que ejerce un verdadero liderazgo sobre una acción ejecutiva centrada en la eficiencia. Este tipo de museo demuestra que lo que realmente quiere es conseguir un impacto en la vida de las personas estimulándolas a la búsqueda del conocimiento, dado que eso (y justamente eso) es lo que evalúa sistemáticamente.
El museo de ciencia transformador es un museo de y para su entorno local aunque a la vez tiene vocación universal, que aspira a ostentar un verdadero liderazgo cultural en su comunidad, y que para ello fomenta la participación de los visitantes y su complicidad en todos los modos posibles. Y estudia a fondo su entorno social, aunque no para conseguir más visitantes, sino para conseguir más transformaciones. El museo transformador evita el adanismo, la diletancia, el reduccionismo o la autocomplacencia, y apuesta por activos como el conocimiento, la experiencia, la visión elevada y la búsqueda sistemática de la excelencia en el marco de un equipo humano cohesionado y tan apasionado como adecuadamente formado.
El museo transformador se asegura de estar ofreciendo algo alternativo y complementario a lo que pueden ofrecer otros lenguajes, de modo que el museo conforme una verdadera experiencia intelectual singular, como es base del ejercicio del lenguaje museográfico de calidad, basado en los activos de tangibilidad autóctonos de este lenguaje. El museo de ciencia transformador investiga y desarrolla el lenguaje museográfico con entusiasmo pero también con los pies en el suelo, pues no está interesado en la megalomanía sino en los resultados. El museo transformador trabaja con la escuela y no para la escuela y es un museo plenamente accesible e inclusivo. Y si fuera preciso buscar un anglicismo para la función social del museo de ciencia transformador, sería mejor el de enlightenment que el de entertainment.
El museo de ciencia transformador también es una opción posible y merece, cuanto antes, su oportunidad.
Comentario de Juan Carlos Bareche, de 3DCuatro:
Estoy de acuerdo con el contenido de tu artículo, pero sí que me gustaría también decirte que el hecho de tener muchos visitantes no es malo per se, y que se cuenten los visitantes tampoco, al final esa información bien gestionada y evaluada puede ayudar al centro a mejorar diversos aspectos de contenido, funcionamiento, etc… El problema surge, como dices, cuando el único objetivo es conseguir el máximo número de visitantes a cualquier precio, pervirtiendo la razón de ser original de este tipo de museo.
También pienso, que no hemos de correr el riesgo de pensar que algo es más científico si es más aburrido y viceversa. Aprender ciencia puede ser una experiencia divertida, siempre que la diversión esté al servicio de la ciencia y no al revés.
Comentario de José Antonio Gordillo (Museo de las Ciencias P. Felipe, Valencia):
Extraordinaria panorámica de los principales modelos de gestión que pueden encontrarse hoy en día en los museos de ciencia. Muy lúcido retrato robot de lo que debe y puede llegar a ser hoy en día un museo de ciencia de excelencia. Hay que fijarse que en el meollo del artículo está el cambio en las actitudes y predisposición del visitante hacia lo que es el conocimiento científico. Algo enormemente complejo sobre lo que está todo por hacer. Sobre todo porque de una manera casi hegemónica los fines del museo se han colocado en el entretenimiento sin más y el conteo de personas. Intuyo que en este campo la evaluación de ese cambio de actitudes del visitante hacia la ciencia -de negativo o peor aún indiferente a positivo, apasionante y liberador- es una auténtica piedra de toque en el cambio de paradigma que debe operar en todo museo de ciencia que se precie de ser tal. Una vuelta a los orígenes imprescindible sin perder de vista los desafíos y oportunidades que nos ofrece la sociedad actual para la que por cierto trabajamos. Gracias Guillermo por una reflexión de tanto calado como necesaria como la que has hecho en este artículo.
Comentario de Javier Peteiro:
Acabo de leerlo y estoy plenamente de acuerdo con esa idea de «museo transformador», tan alejada de esa eficiencia medible en términos cuantitativos. Si sólo un visitante es «transformado» en el buen sentido por la visita a un museo, éste habrá valido la pena.
Esto me hace evocar que anteayer murió Lennart Nilsson. Esa muerte pasó bastante desapercibida; casi ni me entero y, por supuesto, no vi nada al respecto en los telediarios. Yo no sé si era bueno o malo, si sabía mucho o poco, pero unas fotos suyas, las del interior de unas arterias, fueron determinantes en mi vida al decidirme a estudiar Medicina, algo que, curiosamente, tiene más bien poco que ver con la belleza que sugería Nilsson. Belleza real mancillada por la perspectiva pragmática generalizada. Podría decir que yo fui transformado por ese «museo» periodístico al que asistí. Él publicó en Life, pero creo que aquí, en España, sus fotos fueron mostradas por «Gaceta Ilustrada», a la que sí tenia acceso porque la compraban en mi casa. Fue poco más tarde que vi las de un feto in utero. Claro que un museo no es sólo ocio, atractivo turístico, marchamo de ninguna ciudad. No se trata de contar visitantes, sino de atreverse a facilitar que algunos sean transformados en su visita por lo que el museo muestra.
Poder mirar por un microscopio antiguo puede cambiar una vida. Basta con pocos segundos. No se precisa más. El museo científico tiene algo que no puede proporcionar internet en estos tiempos que tanto ha facilitado: la cercanía al objeto mismo, a ése por el que alguien más, que nos ha precedido, miró. O pesó, o imaginó. Tiende a considerarse (muchas veces con razón) a los museos como albergues de cosas muertas, pero, si están bien planteados y comunicados (y tú sabes hacerlo especialmente bien) son extraordinarios enlaces con el río de la mismísima vida. Desde una mirada al pasado uno puede ver el futuro, el suyo, elegir su destino.
Enhorabuena por el artículo y mis mejores deseos de continuar en una vocación que estos tiempos no facilitan pero que, precisamente por ello, es más necesaria que nunca.